La ciudad (in)habitable IV: La crisis

Cortesía de serbarrendero.blogspot.com
Cómo no hablar de la crisis en estos tiempos que corren, verdad? También podría hablar de Lance Armstrong, pero debería reprimir las arcadas. O de la operación puerto, que es otra muestra más de lo penoso de la justicia de nuestro país, pero perdería el conocimiento al recordar la imagen del guardia civil sacando bolsas de sangre de una caja de cartón. ¿Sigue teniendo clientes ese carnicero llamado Eufemiano Fuentes? Supongo que los deportistas profesionales no tendrán tele… Ni los del comité ético del Colegio de Médicos, si es que existe tal departamento, puesto que el señor Fuentes (inocente hasta que se demuestre lo contrario, ¡en cajas de cartón!), sigue ejerciendo.
En fin, después de esta pequeña digresión os hablaré de manera anecdótica de un suceso acaecido en esta fascinante y cosmopolita ciudad que es Barcelona, una ciudad completamente (in)habitable. Paseaba por la zona del Port Vell, por uno de esos lugares en los que la ciudad comienza a desvanecerse entre calles amplias que no conducen a ningún lugar, túneles que desaparecen bajo la montaña (màgica, claro, como no podía ser de otra manera en esa Barcelona de cuento) y edificios semiabandonados, con gasas macilentas en sus ventanas sin cristales y tiznes negros de carbonilla en las paredes. Antes de llegar al encajonamiento que provoca la montaña de Montjuich y el mar, el Poble Séc termina poco después de las tres Torres, otras tres torres que convierten a Barcelona en una ciudad capicúa. Pues por ese lugar, la ciudad vieja todavía tiene prevalencia y los edificios construidos la pertenecen, vinculando el asentamiento de la ciudad a la llanura junto a la montaña que proveía de piedra para construir, como muy bien se puede leer en ese bodrio llamado «La Catedral del Mar».
Bien, pues iba yo admirando las primeras estribaciones de la vegetación, y la larga recta que asciende a la montaña por aquel lugar, cuando diviso por el final del paseo a uno de esos trabajadores de Barcelona Neta que se distinguen por su traje fosforito, a la vez homenaje y orgullo de una profesión. Curiosamente, el personaje parecía no mover los pies al desplazarse, cual monje tibetano en estado de conjunción con el cosmos que levita y se desplaza sin esfuerzo por el espacio. Al acercarse más puedo por fin discernir el acontecimiento. Descubro, atónito, que la señora barrendera (ahora distingo que es mujer) se desplaza en Segway. Intento no mirar demasiado, como cuando te cruzas con un borracho o con un quemado y primero te horrorizas, luego finges que no te has horrorizado con la vista puesta en otro lado, luego vuelves a mirar para comprobar que lo que has visto es cierto y que, además, eres capaz de mirarlo como a cualquier otra persona que pasea por la calle. En ese instante mis ojos se cruzaron con los de ella y me di cuenta de que no, no era capaz. No pude aguantar su mirada. Un Segway. Qué puentes no construirán, o qué fórums no se les antojará celebrar si los barrenderos se desplazan en Segway… Pocas cárceles tenemos en este país para esta gentuza sin escrúpulos que nos gobierna.

Estudio de mercado sobre mi propio blog

Toda vez que ya llevo un tiempecillo con la redacción de este humilde blog, me ha dado por ir mirando eso de las estadísticas, las visitas y las suscripciones, con lo que se puede extraer una serie de datos bastante interesantes, si bien no me sirven prácticamente para nada, puesto que escribo lo que quiero y cuando quiero, sobre los temas que me interesan y no sobre lo que puede ser que a vosotros os guste más. Como en este caso, efectivamente. 
-No sé si veo a dónde quieres llegar…
Puedo comprobar que la palabra cocaína atrae a buen número de visitantes, cosa que hace pensar si el blog no debería ir por otros derroteros. Pero en cualquier caso, ese nombre aparece ligado a personalidades relevantes (sic) del mundo de la cultura (sic) y tal vez no sea la cocaína lo que atraiga a los lectores sino el nombre famoso. Este post, que como seguramente hayáis comprobado ya, carece totalmente de interés, será una buena prueba de ello. De hecho, en las «etiquetas» únicamente pondré cocaína. 
Otro ejemplo en sentido contrario es un post, tal vez del que me sienta más satisfecho (o tal vez no), por lo que en él explico y por la manera de hacerlo. Escogí el dudoso título de La macabra danza de la muerte y es, con diferencia, el que menos visitas aguanta en todo su recorrido. Eso me induce a pensar que la muerte, ese monstruo arrinconado gracias a un sistema sanitario que está dando los últimos coletazos, es el tabú por excelencia de nuestra sociedad. Nadie quiere hablar de ella, ni siquiera que se la mencione. Igual, al ver el título del post, la gente hace los cuernos al modo de Texas y se toca la frente, en la mejor de las tradiciones supersticiosas que acarreamos en España. No deja de ser un gesto, una simple postura (mejor, una impostura), como lo es la moral católica en los partidos católicos, que suelen ser los más corruptos. Para que quede claro y aunque podemos meter a otros en el mismo saco, estoy hablando de PP y CIU, no vayáis a pensar que como cualquier vulgar periodista prestigioso, me muerdo la lengua.
En fin, y más allá de este tipo de entretenimientos que como seguís comprobando los que hayáis avanzado hasta aquí, continúan sin conducir a nada, os diré que seguiré escribiendo en este blog lo que se me pase por la cabeza e, incluso, en ciertas ocasiones en que mi ánimo me empuje a ello, puede que trace un plan de escritura para que mis palabras dejen de ser vanas y conduzcan a algún tipo de dimensión espiritual en la que el conocimiento se encabalgue con la propia psique y con los sentimientos, logrando una suerte de evocación melancólica en el lector que consiga la emoción, el asomo brillante de una lágrima que se resiste a romper la tensión superficial del líquido para resbalar por la mejilla, cálida, vibrante, lenta…

Pero eso será, como ya digo, en otra entrada, no en ésta, desde luego, que, como véis, no ha conducido a nada.

El trabajo de escribir (III): Internet

Usuario de internet navegando con una sola mano
En la época prehistórica, el sininternetozoico me parece que lo llamaban, los escritores eran auténticos pozos de sabiduría que atesoraban en su inteligencia una comprehensión (y también comprensión) del mundo que iba más allá de su don. A escribir bien le sumaban conocimientos en muchas y muy variadas disciplinas que englobaban arte, historia, geografía y un instinto por explicar aquello que interesaba al lector. 
De todo ello, lo único que resiste en estos tiempos cibernéticos es lo último. A veces, tan exacerbadamente, que con leer el título ya podrías no-cerrar (el libro que no has abierto) y pasar al siguiente. De hecho, algunos títulos (y no todos son suecos) ganan en longitud a los cuentos de Monterroso. Y el número de sus páginas ganan a las de la biblia, un libro construido mediante tradiciones seculares y sumadas a su vez a lo largo de siglos. O el Quijote. Y yo, que soy muy fan de Vila-Matas y su Historia abreviada de la literatura portátil, no entiendo cómo tal cosa no hace sonrojar a su autor. Pero este tema lo desarrollaré adecuadamente en otros posts. 
Por todo ello, tal vez el acceso al exceso no sea todo lo bueno que pueda parecer y antes, esos escritores que se podían contar con los dedos de una mano y que los servían a unos lectores que se podían contar con los dedos de los pies hablaban de lo cercano, o de lo lejano, pero de lo que conocían. Y como no tenían Internet podían pasarse el día leyendo y aprendiendo cosas de verdad, sin lidiar con la basura con la que cada día hay que bregar para poder encontrar un poco de luz en la red. Por eso, Internet es el pandemónium de la cultura, el acicate para experimentar y el clavo en el ataúd, el espejo de la libertad y también la represión que esconde la verdad entre un montón de mentiras. Internet es Beethoven y Bisbal, Ficciones y El método DukanCiudadano Kane y Las azafatas se abren de patas.

Barcelona, la ciudad (in)habitable III: Chernóbyl

Quien vaya teniendo una edad no puede dejar de recordar una catástrofe de las que marcan para toda la vida, que en su momento tuvo una repercusión semejante a la de los tsunamis de Japón y de Tailandia: el desastre de Chernóbyl. De hecho el holocausto nuclear, perífrasis que engloba el terror al progreso de una energía temida y temible, se engloba en ese topónimo. Chernóbyl es hoy en día el lugar del horror, un pueblo abandonado en donde sólo se aventuran periodistas en busca de notoriedad. Nadie vive en sus aledaños.

Hace poco se decidió en referèndum que
las torres se conservarían en el futuro
espacio público. 

En Barcelona hay un sitio conocido así popularmente y es uno de esos lugares que definen a una ciudad. Barcelona, como todas las grandes ciudades, está hecha a costurones, puntadas, la mayoría de las veces azarosas, o cuando menos no planificadas, por las que se cuela la miseria o el lujo, la espontaneidad, la belleza y la horripilante dejadez de la puerta de atrás. Barcelona está en la ladera de la sierra de Collserola y limita por el sur con el río Llobregat (cuyo curso ha sido modificado en un alarde de progreso que tal vez un día se acabe pagando, porque las aguas siempre vuelven a su curso) y por el norte con el río Besós, tradicionalmente infecto y hoy convertido en parque fluvial y simultaneado por gays y pescadores en su desembocadura. Pues bien, un poco más allá de la ciudad, en uno de esos pueblos limítrofes que se diferencian de un barrio únicamente por el mobiliario urbano y a veces ni por eso, se recorta majestuosa contra el mar la silueta de las tres torres de la antigua térmica de Endesa. A la sombra de sus más de 200 metros de altura, la maleza se mezcla con la arena de la playa, con el hormigón de los conductos oxidados y un pequeño laberinto de túneles y puentes y caminos construidos al abrigo de los pasos arrastrados de quien allí se acerca fuera del verano. En su mayoría yonkis que van a picarse y a ofrecer sus favores sexuales y viejos que los compran.

Este Chernóbyl, como el otro, es un lugar decadente, acabado o en trance de ser despiezado, teñido del veneno invisible del progreso, que deja fuera a quien no osa subirse a su tren. El que por allí pasa no puede dejar de verse contaminado por el conocimiento de la puerta de atrás, por lo que implica una gran ciudad, con sus luces y sus sombras. Y ese veneno no deja indiferente porque en realidad cataloga más a una ciudad que cualquiera de sus rascacielos, sus monumentos de insignes arquitectos del pasado (en esa Barcelona que alterna Calatravas con Gaudís, estas tres torres con el inmediato Fórum), o sus más famosas avenidas.

Barcelona, la ciudad (in)habitable II

Hoy os hablaré de un rincón de Barcelona, pero también de un aroma, de una especie de sombra que recorre esta ciudad igual que al resto del país y que creíamos desterrada para siempre. Estamos empezando a descubrir, gracias a esta gente que está gastando la palabra democracia de tanto usarla, que hay cosas que no se pueden decir, que las leyes están para quien las hace y, si no, las cambia. Y que las ideas, algunas ideas, son perniciosas. Pensábamos que pensar era bueno y ahora resulta que va a ser que no.
Imagen otoñal del Parlament. Es en realidad el antiguo arsenal de
la Ciutadella levantado por Felipe V para alzar su poder sobre
toda Catalunya. Hoy en día continúa con su uso original.
A pocos días de ser elegido el nuevo Parlament, el líder de la CUP, el anónimo David Fernández, fue emitiendo comunicaciones que para muchos sonaban sorprendentes, puesto que no las habían oído en boca de ningún político, aunque en la calle fueran un clamor. Y no me refiero a esos comentarios populistas (o populares) que culpan a los extranjeros del mal estado del país, ni a la herencia recibida del gobierno anterior, cuando desde esos mismos lugares ideológicos siempre se niega el derecho a hablar de cualquier herencia que sea anterior a la anterior… Bueno, no me quiero liar.
Pues bien, David Fernández, este sí, un ciudadano, dijo que mucho de lo que pasaba en Catalunya, era culpa de los antidisturbios (la Brimo, dice, la Brigada Mòvil). Pataleos en el Parlament, caras de disgusto, qué dice este tío, ya han llegado aquí los asamblearios a tocarnos las pelotas y un sinfín de comentarios que se podían leer en las caras de disgusto de los asistentes, que no eran todos, claro. Estarían de comisiones, o en sus respectivas ocupaciones que seguramente sean más importantes que servir a quienes les han votado.
Más tarde, los tres diputados de la CUP, ellos solos, todavía no han hecho amigos entre el gremio, se fueron a tomar un café en un bar aledaño, por la zona del Parc de la Ciutadella. Al poco rato, empezaron a entrar mossos uniformados, primero unos cuantos, luego unos pocos más, hasta sumar un grupo numeroso para un bar. Demasiado numeroso para un día sin manifestaciones, sin convocatorias de huelga, sin movilizaciones ante el Parlament. A parte de que no estaban en el Parlament. No parece raro en este país, tan dado a los bares, que un policía uniformado pase un tiempo de trabajo en su interior, incluso que se tome una caña, aunque no deba beber alcohol estando de servicio (¿hacen control antidoping a los antidisturbios, tras alguna de sus refriegas?). Tras un rato de incomodidad los diputados de la CUP intentaron seguir adelante con sus conversaciones. Ya comprendían que aquello no era del todo normal y, poco a poco, el silencio se fue imponiendo y se afanaron en acabarse el café y salir de allí a cualquier lugar donde hubiera un poco más de aire. Se palpaban el móvil en los bolsillos interiores de las chaquetas. ¿Para qué? ¿A quién llamar si la cosa se ponía fea? Pero no, hombre, estamos en un estado de derecho, con garantías constitucionales. Esto no es Siracusa o Corleone, o cualquier aldea del interior de Córcega. ¿O sí?
Antes de que pudieran salir de allí, vieron cómo los policías uniformados se iban, no sin antes dedicarles miradas insistentes. No podían decir que lo hicieran con menosprecio, o con ira. Pero algo de eso debían contener. 
A pesar de todo, su marcha les tranquilizó y siguieron un rato en el interior del bar, aliviados. Al fin y al cabo, sí que estaban en un país civilizado y no conseguirían amedrentarlos. Porque, ¿era eso lo que querían? Salieron a la calle y entonces encontraron la respuesta. Allí fuera permanecían estacionadas dos furgones de los antidisturbios, con sus integrantes en el exterior. Los de la CUP hicieron como si nada y, pese a la sorpresa, siguieron caminando como si la cosa no fuera con ellos.  Pero los policías fueron a su encuentro y los rodearon, impidiéndoles el paso. Las manos, sudorosas, se aferraron a los inútiles móviles aún un último momento, mientras uno de ellos, que podía ser un mando, se dirigió hacia los diputados:
-La culpa de todo lo que pasa en este país, la tiene gente como vosotros. -Y luego, reiteró con el índice señalando al suelo-: La culpa es vuestra.
Os explico esto porque los últimos acontecimientos empujan a pensar en que los derechos democráticos están cercenados y parece, desde Barcelona, que en Madrid lo están más. No creo que allí estén mejor ni peor, sinceramente, simplemente creo que la apariencia de desigualdad se atiza en ambas direcciones con el objetivo (no parece muy calculado; tal vez sí, en realidad lleva funcionando siglos) de cabrear a los ciudadanos entre sí y no con quien de verdad se deberían cabrear, que es con los ineptos que no saben salir del embrollo en el que estamos metidos. Esto, que no asciende de simple anécdota porque no pasó a mayores, es indicativo de un país que funciona a golpe de influencia, que señala y condena, un país de comisiones tan extendidas que calificarlas de ilegales parece un anacronismo, un país tan convencido de que todos lo hacen (lo de robar, lo de amedrentar, lo de aprovecharse del cargo, lo de imponer el poder a territorios que no le conciernen), que parece que eso mismo funciona como excusa. Un país que vive en una Omertá que no se ha roto lo suficiente (Maragall, no sabemos si en un primer atisbo de insania destapó lo del «3 per cent» en el Parlament) y que torpedea la política como inútil y reverencia siempre la opción «menos mala», aunque eso sea infame. Un país que tolera que los (ex)políticos cobren réditos por sus servicios prestados a compañías privadas en forma de salarios por no hacer nada. Un país que tolera que sus representantes hagan servicio de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado en beneficio propio, que se multipliquen en según qué manifestaciones y hagan una aparición prácticamente testimonial en otras. Un país que cada vez es más de pandereta. Y esta ciudad, Barcelona, lo mismo. O peor.

Muerte de un ciclista

Poco más se puede añadir a la imagen. El conductor está
apenado, pero el ciclista está MUERTO.
En 1955, se estrena en España la película Muerte de un ciclista, en la que una pareja en pleno recorrido adúltero en coche, atropella a un ciclista en una carretera solitaria. Deciden no denunciar el hecho para que la policía no los descubra. En aquellos años la España profunda (podríamos decir que más de la mitad del país), no tenía tele ni radio en casa, en multitud de pequeñas aldeas ni luz, salía de la pesadilla del hambre de la posguerra y empezaba a asomarse al mundo desde el ventanuco de cristal translúcido que permitía la sangrante dictadura. Desde entonces, las prioridades de los conductores, no han cambiado.
En dos meses, dos ciclistas profesionales han perdido la vida y ello, aunque no sea diferente de los ciclistas anónimos que cada año caen en las carreteras, sí le concede una dimensión especial: dos profesionales, dos experimentados ciclistas que saben que uno no se puede alejar de la raya que delimita el arcén. Y sin embargo han caído. No, los han tirado.
Iñaki Lejarreta, un nuevo ciclista fallecido.
El conductor seguramente estará apenado, destrozado por lo que ha hecho, y además estoy seguro que no lo volverá a hacer. Pero, ¿qué pensó en los instantes anteriores al atropello mortal? Joder, joder, llego tarde, a ver si en esta curva, si viene un coche freno, o tal vez, pensó, voy a pasar cerquita, hombre, qué es eso de invadir mi carril, que se acojone, coño, ya verás como no lo vuelve a hacer… No lo sabremos nunca, ni él será del todo sincero, seguro, en sus declaraciones. Repito; de lo que no dudo es del actual arrepentimiento, del dolor que tendrá dentro.
En estos casos, siempre recuerdo la figura de aquel prometedor ciclista que era Antonio Martín, cuando, circulando por una ancha y solitaria carretera de la Sierra de Madrid, en paralelo, charlando con un compañero, un conductor de furgoneta lo desnucó con su espejo retrovisor. Murió antes de caer al suelo. En las sucesivas reformas de la ley de seguridad vial, han ido poniendo sucesivas prescripciones al ciclista (y algún derecho, como el de circular en paralelo por arcenes que lo permitan: ¿existen en este país? ¿Alguien se preocupa de que sean transitables para una bicicleta de carretera?), hasta el punto de ser de los pocos lugares del mundo en el que el uso del casco es obligatorio en vías interurbanas (no lo es en Francia, en Holanda, en Dinamarca, países señeros en el uso de la bicicleta. ¿Por qué aquí sí?). Seguro que algún ciclista se ha llevado una multa o una reprimenda por ello, o por saltarse un semáforo, o por circular en paralelo o en grupo. Tal vez las aseguradoras se hayan ahorrado un buen dinero en indemnizaciones por ello (no lo llevaba bien colocado, estaba en mal estado, no está homologado, lo compró hace siete años y había caducado). Según estudios de la comisión ciclista presidida por Pedro Delgado durante años, nunca, en ningún caso, bajo ninguna circunstancia, un conductor ha llegado a recibir una multa por no respetar la distancia de seguridad.
Seguro que alguien todavía es capaz de decir eso tan manido, que proviene de los tiempos oscuros de la dictadura, siempre por parte de los vencedores, y que lo mismo sirve para justificar un ojo morado en una mujer, como las torturas en las cárceles, como a los heridos por pelota de goma en las manifestaciones: algo habrá hecho.

Barcelona, la ciudad (in)habitable I

Skyline imaginado. Faltan el sol y la paela.
Barcelona tiene una importancia relativa en La última fiesta. Es la ciudad en la que viven los personajes y en la que se desencadenan los hechos que han empezado en otros lugares tan distantes como la Costa del Sol, Islandia o Afganistán. Su aparición está vinculada al viaje a la gran ciudad, a la Barcelona turística que se visita, pero también a la ciudad que acoge la emigración en los años 70, la niña mala del franquismo, donde existía un ápice de libertad o de travesura que no acababa de llegar a rebeldía y que en el resto del país ni llegaba siquiera a atisbarse. Pero Barcelona es también un lugar de paso, un hogar transitorio en el que hacerse un hueco hasta encontrar el lugar definitivo. Una macrociudad que devora, cuyas cuestas empujan hacia el mar, ya no tan sucio como antaño pero tampoco sano. 
En mi experiencia de habitante disgustado durante años, de niño del extrarradio y de visitante hastiado de las colas del centro, la ciudad adolece de muchos de los defectos de las grandes conurbaciones, exagerados en ella hasta límites inauditos al comprobar la diferencia entre los lugares frecuentados por el turismo de masas y los barrios donde viven sus habitantes. «La ciutat de les persones» que reza el marketing institucional que pagamos entre todos y nunca he sabido para qué sirve, debería matizarse y concretarse en «les persones» que vienen aquí a gastarse la pasta. Qué saca la ciudad de todo esto, es una pregunta que deberían hacerse los que siempre tienen a punto el sintagma «La marca Barcelona».
Quema del Convento de las Escolapias, durante la Setmana Tràgica.
Pero también hay una parte que me gusta, que de vez en cuando me reconforta y que relativiza mi desprecio. Barcelona es también una ciudad de rincones perdidos, de barrios de gente y monumentos de historia humilde, anecdóticos o de heroica mínima. Vivo en Camp de l’Arpa, un barrio de calles estrechas que supo poner freno a ese monstruo cuadriculado y ruidoso que es el Ensanche (no entiendo las sucesivas reivindicaciones acerca de su instigador y de los que lo construyeron: desde aquí quiero dejar claro que el Ensanche, l’Eixample o como lo queráis llamar, es un monstruo). Las expropiaciones se encontraron con la resistencia vecinal allá por los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX y que conserva un encanto menesteroso, de tiendas abiertas (gestionadas por inmigrantes en su mayoría) y vecinos hablando en mitad de la calle que deben subir a la acera en las pocas ocasiones en que un coche pasa. Un barrio trabajador de noches desérticas y fiestas pobladas, de mañanas de barra de pan y tardes de castañas, de familias y okupas y huertos vecinales autogestionados. Un barrio con personalidad y que puso freno a un Ensanche que, de otro modo, quién sabe si hubiese llegado hasta Zaragoza. 

El trabajo de escribir (II): La inspiración

Iba a poner una foto de Stephen King,
pero es muy feo.
El otro día releía las entradas de este blog con pretensión de humilde y pensaba en que casi todas hablaban de mí como alguien relevante. Y cuando digo ‘mí’, quiero decir ‘yo’: Yo esto, yo lo otro, pienso que esto es así o asá… ¿Puede ser uno realmente humilde si como persona cree que debe ser leído? ¿Qué empuja a pretender que eso que escribes le va a interesar a nadie? ¿Es la visión romántica del oficio? ¿El notar el Don, las ganas de que el mundo sepa que lo tienes? Si no te llegan ni a publicar, siempre puedes decir que eres un escritor maldito, un avanzado a tu tiempo; la sociedad, en definitiva, no estaba preparada. En mi novela (de nuevo el ‘mi’), he buscado un estilo, la pretendida sensación de una voz única, personal. Ya comenté en otro post algunas de las grandes mentiras del oficio de escritor, en este desmontaré otra: escribir es vibrar, sentir una especie de iluminación y dejar que tus dedos acaricien la estilográfica mientras las palabras surgen como pequeños animalitos de tinta que se asocian para formar algo genial, agudo, clarividente. Yo, entre otras cosas, escribo con ordenador, como ya sabréis los asiduos de este blog.
He de decir que en la mayoría de ocasiones escribir se convierte en un dolor, en la búsqueda de la palabra precisa y de la frase compacta que compendie lo anterior. Luego el clímax, el anticlímax, las descripciones lentas y cadenciosas pero no tanto como para que el lector se duerma y crea que no vas a ningún lugar, el sexo, ni muy evidente, ni demasiado recatado, los personajes reconocibles e identificables como personas conocidas o como uno mismo, pero sin caer en el tópico…
Me tomo uno y me voy a escribir.
Muchos escritores recurren a todo tipo de ayudas para que la imaginación se convierta en portentosa. Hemingway iniciaba sus días (no muy temprano) con un mojito de la Bodeguita del Medio, al que debía seguir un daiquiri en el Floridita. Stephen King se embadurnaba desde buena mañana de porros, cocaína, whisky, cerveza, valiums y, para abreviar, todo lo que cayera en sus manos. Hasta ahora le ha dado tiempo a escribir más de 40 novelas, libros autobiográficos, otras bajo seudónimo para que no le acusaran de tener negros literarios, imagino, y algún que otro guión. Y alguna desintoxicación por en medio.
De toda una novela, de todo el tiempo de escritura dedicado (bueno, el tiempo menos, porque en realidad hay que invertir mucho en corregir y corregir), como mucho, sacaré de todo esto el escaso diez por ciento que fluía de mi mente al teclado, cuando los personajes hablaban por sí solos y mis dedos acariciaban las teclas sin parar. El tiempo corría y escribir era un arte, no un oficio. Bolaño el grande decía que quien no ha disfrutado de esta sensación, no sabe lo que es ser escritor.

De profesores y maestros

Profesor, no tertuliano. Profesor.
Ayer hizo una semana de la última huelga general de este país y me gustaría utilizar como reflexión el blog del profesor Luís Garcia Montero, del que fui alumno en Granada, una Universidad, esta sí con mayúsculas. Siempre se ha caracterizado, como poeta y como pensador, por su compromiso. Recuerdo, el primer día de clase de un curso monográfico sobre Lorca, la pregunta de un alumno sobre por qué Lorca, por qué un curso monográfico sobre un poeta con una obra un tanto exigua por años de producción, frente a otros que tuvieron más suerte y vidas más largas, pregunta tal vez sugerida por voces críticas que le achacaban el éxito a su homosexualidad y a su papel de mártir de la historia. Su respuesta fue una clase magistral sobre La Aurora de Nueva York que nos dejó a todos con la boca abierta. Bueno, a mí me dejó así. Una clase realmente emocionante de reivindicación de una trayectoria y de una poética (que en el caso de Lorca es lo mismo), pero también del propio trabajo del profesor, del investigador. No puedo dejar de recordarlo con cariño y después de mi paso por otra universidad como la de Barcelona, ese cariño no se vio empañado, sino que se multiplicó en la comparación. Por cierto, ya no puede ejercer como profesor en dicha Universidad, por llamar perturbado a un compañero profesor que lo estaba.
Bueno, pues la huelga ha pasado y en este país no ha habido ninguna consecuencia, más allá de comprobar que el periodismo, salvo contadas excepciones, responde a la voz de su amo; que aquel día quedó claro que la policía no puede hacer huelga (es más, diría que seguramente debieron pagarse muchas horas extras a pesar de la crisis); que hay muchos helicópteros que los días de cada día deben descansar en sus hangares y que las pelotas de goma todavía no las han prohibido, pese a las muertes. Como los deshaucios a destajo, vaya. Y diría también que los que le dieron de ostias a un chaval de trece (13, thirteen, tretze, treize, hamairu, tretze), no fueron los mercados.
Por cierto, igual pensáis que he puesto tretze dos veces; sí, es verdad, pero es que lo he puesto en català y en valencià, que son dos idiomas súper diferentes.

La macabra danza de la muerte

A medida que va pasando el tiempo y vamos profundizando en esta crisis que, aseguran quienes no saben gestionarla, tiene la culpa de todos los males que nos acechan, uno va teniendo la sensación de que la última fiesta ya la ha vivido. 
Un recuerdo. Con cariño
Recuerdo especialmente unas palabras de Maruja Torres a la luz de su enésima reivindicación al ganar el Planeta o algo así, un reconocimiento importante vamos, en las que aseguraba que uno de los golpes más fuertes que había vivido a lo largo de su trayectoria vital fue la muerte de su querido amigo Terenci Moix. Aquello fue el aviso de que los buenos tiempos habían concluido, de que el tiempo de la felicidad había tocado a su fin. Bien, pues esto es una llamada a la rebeldía. Desde aquí os lo digo: prefiero ser Terenci que Maruja. Que el final me llegue antes de que nadie me asegure que ya no puedo ser feliz, que yo avise a que me avisen, aunque eso implique desaparecer. Y lo digo en estos tiempos de suicidios y caraduras con desparpajo que aseguran que la culpa es de los otros por embarcarse en hipotecas que no pueden asumir. Que no nos pisen la alegría.
Una sonrisa hasta la despedida. Nunca
olvidaremos esas canciones nasales (no las
inventó Dylan) ni el cómo están ustedes.
Desde este modesto estrado digital os aseguro que todavía nos quedan muchas celebraciones por hacer y que todo llega en esta vida. La semana después del fallecimiento de Miliki, un día realmente triste, también podemos vanagloriarnos de que Fraga murió ya, que hace ya un año que celebramos la muerte de Pinochet, y que debemos confiar en estos momentos de zozobra en que a cada cerdo le llega su San Martín y que, más pronto que tarde, veremos a muchos responsables políticos y económicos sentarse en el banquillo. Tal vez pase mucho tiempo y todavía tengamos que lidiar con la desesperanza, pero siempre llega.
En la edad media eran muy populares las danzas de la muerte, en las que un personaje que la representaba acudía anualmente a hacer su juicio y se llevaba a todos por delante, desde el rey hasta el mendigo. El pueblo necesitaba saber que los desmanes eran castigados finalmente con el mismo destino inexorable para todos. Al menos en eso, seguimos siendo iguales, aunque unos tengan un acceso menos restringido a los cuidados paliativos. Si tenéis interés, todavía hoy se conserva la tradición de una de esas danzas de la muerte en el Empordà, en el pueblo de Verges, lugar de nacimiento de personajes tan dispares (o no) como Lluís Llach y Francesc Cambó.
Y si no, no desfallezcáis; de momento ahí está Islandia. Y al paso que vamos, igual el país se queda vacío. A ver entonces, quién les hace el trabajo sucio.