La duda

Valverde, tercero en la vuelta 2013
El otro día sucedió el Campeonato del Mundo de ciclismo, una prueba de un día que cada año se disputa en una ciudad. Normalmente de renombre. Al año que viene, en principio, Ponferrada. Esta prueba que pretende disputarle el honor de escoger al mejor ciclista del año al Tour de Francia (y no lo consigue, claro) es una clásica en el estricto significado de la palabra. Las clásicas son pruebas de un día disputadas sobre un kilometraje extraordinario y con recorridos que no destacan por la dureza de las montañas que se suben (más bien al contrario). Pues bien, en esas pruebas de un día, es donde uno puede disfrutar al máximo del ciclismo. En el tour no existe la duda: gana el más fuerte. En las clásicas, hay que tener mucha convicción para ganar, ser el más listo y acertar con el ataque en el momento adecuado. Una mala noche, un exceso de victorias anteriores y por tanto, de confianza, la falta de comida, un pinchazo, una caída… todo eso parece que convierte la victoria en puro azar. Nada más lejos de la realidad. 
Valverde, tercero en la Lieja-Bastoña-Lieja
En ese campeonato pasado, ocurrido el domingo en la bella Florencia, además, se da el hecho de que se disputa bajo selecciones. No hay equipos comerciales, aunque cada uno lleva el nombre del equipo en el culotte y cada año suele haber polémicas cuando ciertas selecciones se amparan en otras cuyo único vínculo es que algún corredor comparte equipo comercial. Bueno, pues el domingo pasado sucedió un hecho que pocas veces se suele dar: entre cuatro corredores que disputaron la carrera al final, había dos de la misma selección. Y el que ganó fue un tercero. Obviamente, eso no puede suceder, a no ser que haya una subida durísima y el otro demuestre ser el más fuerte. 
No fue el caso. Mientras por delante iba el ciclista que rompió la carrera, castigado ya por su esfuerzo, pero todavía lo suficientemente entero como para defender su renta con uñas y dientes, por detrás el compañero solo se debía ocupar de controlar a los otros dos, de ponerse a su rueda (mucho menos desgaste físico, aclaro para los no iniciados en las artes del ciclismo). Pero hete aquí que llega una curva, un poco húmeda (había llovido todo el día y sólo al final salió tímidamente el sol), y el tercero, el menos favorito arranca justo antes, sentado, sin dar un fuerte hachazo. Y en esa curva coge 5 metros. Y el que lleva el compañero delante duda, espera a la rueda del otro enemigo, ya cansado, que sabe que la obligación del que le sigue es controlar y saltar. Pero la duda le atenaza el cerebro, obstruido no por las pulsaciones, sino por las consignas repetidas mil y una veces (a rueda, a rueda, que no se te escape Nibali, contrólalo, hazte un palmarés, el Tour es lo primero…) durante toda una carrera profesional, a veces pasando por encima de su propio talento, de su instinto ya perdido para las pruebas de un día, su velocidad en el esprint y entonces, los esquemas básicos del ciclismo se rompen. Los 5 metros tras la curva se han convertido en 20, en 30. Y ahora se da cuenta del error. Pero han pasado 5 segundos y es demasiado tarde. Llevas 270 kms en las piernas y una vida luchando por quedar tercero en el tour… Tuyo es el bronce, Alejandro.
Valverde, tercero en el Campeonato del
Mundo 2013

Bradley Wiggins y el dedo anular

Como escritor, muchas veces pienso en la imagen que los otros proyectan sobre alguien. La visión que un personaje o una personalidad (muchas veces es más fácil escribir sobre un tópico y luego ir complicándolo) transmiten al resto, pero también lo que piensan de la visión que el resto del mundo tiene de ellos, que inevitablemente transforma y modifica. En qué medida lo hace es el trabajo arduo de escribir, el no cargar demasiado las tintas en uno u otro sentido para que el personaje no se salga de su papel, no sobreactúe al fin y al cabo. 
¡Tengo la boca reseca, diossss! Quiero decir, ¡Yoooooo!
En la vida real, ese mecanismo de feedback también actúa y hay ejemplos sangrantes en muchos elementos de la vida pública. El caso de los deportistas que se convierten en muñecos rotos y acaban sucumbiendo a las bajas pasiones son un claro ejemplo. El caso más evidente y tal vez, el más paradigmático, es el de Diego Armando Maradona, que hoy se dedica a pasear caché por países petrolíferos. Por suerte, su caso no ha acabado en tragedia (de momento).
A pesar de que parece que todo esto lo ha descubierto Guardiola en los últimos tiempos, desde antiguo quien se dedica a ello sabe que el deporte de élite exige sacrificios durísimos, trabajo oscuro en los meses en los que las competiciones quedan lejos, vida monacal durante todo el año, cargas de entrenamiento brutales, lesiones y sobrecargas que producen un dolor constante durante esos mismos entrenamientos y suplementos alimenticios, batidos, pastillas y medicamentos legales. Además, hay medicamentos ilegales que se utilizan en determinadas circunstancias, o que lo son en un deporte y no en otro (en fútbol se pueden infiltrar corticoides, en ciclismo está prohibido su uso). Los deportes de fondo, debido a que su desarrollo implica básicamente a las capacidades físicas cuantitativas (ciclismo, atletismo de larga distancia, natación, patinaje, esquí nórdico -un saludo a Juanito Mühlegg), son los más susceptibles de utilizar sustancias dopantes.
Según las últimas informaciones extraídas de las confesiones del caso Armstrong (el tío se ve que iba como una moto en todo el amplio sentido de la expresión), para ser ciclista profesional debes pincharte cerca de 200 veces al año. Todo depende de los objetivos, claro; a mayor objetivo, mayor número de pinchazos. Bradley Wiggins ha sido el primer británico en ganar el Tour, el primero al que se veía capacitado para ello, 30 años después de aquel otro británico que también aspiró a ello y enterró sus posibilidades (y su vida), ascendiendo el Ventoux. Las enterró bien cargadito de anfetaminas.
¿A quién se dirige? ¿A los lectores del Telegraph? A los cámaras?
¿A un tío que se le ha cruzado con el coche? ¿Al que le atropelló
con la furgo? ¿A un borracho que le llamó drogota?Al Dr Ferrari?
¿A su asesor de imagen…? Si queréis encuesta, pedidla.
Bien, pues Bradley Wiggins, Wiggo para sus miles de fans, lo consiguió este año después de varios plagados de desgracias, con caídas y abandonos. Empezó siendo un pistard, ganando medallas olímpicas pero no dinero, lo que le empujó a beber unas cuantas pintas de cerveza al día, confesado por él mismo. Bradley, un chico tímido, de físico aparentemente endeble agravado por la extrema delgadez a la que dice  debe agradecer su progresión en el ciclismo profesional, proviene de un entorno humilde, con un padre alcohólico que abandonó a su madre y el deporte como única tabla de salvación a un abismo de drogas y robo con escalo. ¿Adónde apunta ese dedo anular entonces?
Desde que ganó la contrarreloj de los juegos olímpicos y se convirtió en el ciclista inglés más laureado con su séptima medalla, Bradley no ha dejado de profundizar en su estilo «mod», acudir a fiestas de presentación de la marca de ropa que le patrocina (Fred Perry) y lucir patillas en diferentes celebraciones donde todo el mundo le dice lo bueno que es. Tal vez ese dedo sea una seña de identidad más, como el cuello subido, el pelo rebelde y la mirada triste. 
No digo yo que Bradley se pique 200 veces al año, ni que utilice EPO, testosterona, cortisona, autotransfusiones (no, eso es el pasado como se encargan de asegurar todas las instituciones al hablar de 2010, último año de Armstrong en el pelotón internacional; el pasado al hablar de dos años atrás, como si esas prácticas fueran propias de los tiempos de Carlomagno), no lo digo, aunque parezca que lo sugiera (los que justifican a Armstrong se amparan en que todos lo hacían; por qué este no). No lo digo, vuelvo a repetir, pero es que en el ciclismo, ese deporte que se nutre de la épica, de las montañas, ya tenemos varios casos de muñecos rotos que han acabado en tragedia. José María Jiménez, Marco Pantani y Frank Vandenbroucke, todos ellos politoxicómanos, todos ellos en la nómina de un equipo profesional hasta el mismo día de su muerte. Ninguno de ellos dio positivo cuando en las sucesivas autopsias (no en la de Vandenbroucke, que se hizo en África) se encontraron restos de cocaína. La gente se sorprende de que no pillasen a Lance en los sucesivos controles, cuando todo lo que tomaba o tenía certificado médico, o era voluntariamente escondido, con dosis controladas y tiempos precisos, científicos. A estos tres no les pillaron la cocaína que no creo que se dosificaran precisamente si les condujo a la muerte.
Esperemos que el británico que este año ha despertado con fuerza, no sea el próximo muñeco roto del ciclismo.