Fama

Hoy, después de mucho tiempo, me he decidido a escribir de nuevo en el blog. Una entradilla que dijese algo de mí y que a la vez fuese ligera, entretenida, que se pudiese leer, vamos. Y empecé a pensar en toda la gente que conozco, en las personas que se han cruzado de alguna manera en mi vida y en lo efímero que es el paso por el mundo. Y claro, la pretensión de este blog, ¿cuál es? Tal vez la de todos: darse a conocer, profundizar en las opiniones de uno y ponerse frente al teclado, como llevo haciendo cada día desde hace ya unos cuantos años y alcanzar un poquito de difusión, un ápice de notoriedad, la pizquita de fama que alguien, mediante la escritura, se puede granjear de aquellos que lo leen. Es por eso que he decidido escribir sobre los diferentes cruces que a lo largo de mi vida, se han dado con personas que han llegado a alcanzar algo de eso que denominamos fama.
Un día escuché a Juan Luis Cano en la radio diciendo que él había ido en el mismo vagón de metro que Mayra Gómez Kemp. Ahora que ya casi nadie se acuerda de ella, puedo decir que yo soy amigo de alguien que vio a Alfredo Landa paseando por la calle. Fue en Granada, paradójicamente, en el Paseo de los Tristes. Rodaba allí una de sus últimas películas, creo recordar. 
En San Salvador, vi a Mágico González firmando autógrafos en un centro comercial. Paseando por Montjuic, Pedro Delgado me esquivó con la bici. Iba él solo, algo despistado, antes de la salida de la ya desaparecida Escalada. Ya había pasado el prólogo de Luxemburgo donde llegó tarde, pero su actitud parecía la misma. 
En Granada también, fui alumno de Luis García Montero y asistí a sus clases con deleite mientras me perdía sus incursiones políticas. Volviendo de Londres, en uno de esos momentos en los que el pánico me atenaza, justo al traspasar la portezuela del avión, sentí algo de alivio al observar que en primera fila viajaba Morgan Freeman. Esto no se cae, amigos; aquí viaja el presidente de los Estados Unidos, pensé yo. El primer presidente negro, no ese impostor de Obama.
En Razzmatazz 2, un domingo por la mañana, hicieron un concierto para niños en el que tocaban varios grupos para ellos y una cantante anglosajona venida a menos que ahora no recuerdo para nosotros. Es igual, no era con ella con la que me sentí impregnado de ese halo de estar cerca de la fama por unos segundos; entre el público estaba el actor hispano alemán (o germano-catalán, no sé muy bien) Alex Brendemühl.

Un día, tuve que llamar la atención a Joan Herrera, el insigne político d’Iniciativa – Els verds, para que dejase libre la pista de squash. Había rebasado su hora. En la Mar Bella, uno de esos lugares de Barcelona que están a medio acabar, vi a Celades (el ex-jugador del Real Madrid) jugando apasionadamente a ping pong con un amigo.

Unas vacaciones fui a Málaga con Laia, mi compañera, con la intención de llegar hasta Tarifa en un coche alquilado. Como no habíamos reservado y era Semana Santa, allí no había ni un triciclo libre. La amiga de Tarifa que íbamos a visitar trabajaba en el restaurante de Ana Torroja, que muy amablemente convenció por teléfono al señor alquilador de vehículos de que SÍ tenía, casualmente, un coche disponible.

Tal vez me deje algo, como el año que el exfutbolista del Barça, Óscar García Junyent, compartió una valiosa hora cada dos o tres días con nosotros en la facultad o el novio de una amiga, que habló por teléfono con Keanu Reeves. Pero todavía me queda por escribir lo más importante de todo: una vez, en la cafetería de una estación, le serví un cortado a Antonio López, el pintor de membrillos.
Foto de twitter (@lwtuaznar) donde aparecen unos membrillos,
especialidad de Antonio López.

Barcelona, la ciudad (in)habitable II

Hoy os hablaré de un rincón de Barcelona, pero también de un aroma, de una especie de sombra que recorre esta ciudad igual que al resto del país y que creíamos desterrada para siempre. Estamos empezando a descubrir, gracias a esta gente que está gastando la palabra democracia de tanto usarla, que hay cosas que no se pueden decir, que las leyes están para quien las hace y, si no, las cambia. Y que las ideas, algunas ideas, son perniciosas. Pensábamos que pensar era bueno y ahora resulta que va a ser que no.
Imagen otoñal del Parlament. Es en realidad el antiguo arsenal de
la Ciutadella levantado por Felipe V para alzar su poder sobre
toda Catalunya. Hoy en día continúa con su uso original.
A pocos días de ser elegido el nuevo Parlament, el líder de la CUP, el anónimo David Fernández, fue emitiendo comunicaciones que para muchos sonaban sorprendentes, puesto que no las habían oído en boca de ningún político, aunque en la calle fueran un clamor. Y no me refiero a esos comentarios populistas (o populares) que culpan a los extranjeros del mal estado del país, ni a la herencia recibida del gobierno anterior, cuando desde esos mismos lugares ideológicos siempre se niega el derecho a hablar de cualquier herencia que sea anterior a la anterior… Bueno, no me quiero liar.
Pues bien, David Fernández, este sí, un ciudadano, dijo que mucho de lo que pasaba en Catalunya, era culpa de los antidisturbios (la Brimo, dice, la Brigada Mòvil). Pataleos en el Parlament, caras de disgusto, qué dice este tío, ya han llegado aquí los asamblearios a tocarnos las pelotas y un sinfín de comentarios que se podían leer en las caras de disgusto de los asistentes, que no eran todos, claro. Estarían de comisiones, o en sus respectivas ocupaciones que seguramente sean más importantes que servir a quienes les han votado.
Más tarde, los tres diputados de la CUP, ellos solos, todavía no han hecho amigos entre el gremio, se fueron a tomar un café en un bar aledaño, por la zona del Parc de la Ciutadella. Al poco rato, empezaron a entrar mossos uniformados, primero unos cuantos, luego unos pocos más, hasta sumar un grupo numeroso para un bar. Demasiado numeroso para un día sin manifestaciones, sin convocatorias de huelga, sin movilizaciones ante el Parlament. A parte de que no estaban en el Parlament. No parece raro en este país, tan dado a los bares, que un policía uniformado pase un tiempo de trabajo en su interior, incluso que se tome una caña, aunque no deba beber alcohol estando de servicio (¿hacen control antidoping a los antidisturbios, tras alguna de sus refriegas?). Tras un rato de incomodidad los diputados de la CUP intentaron seguir adelante con sus conversaciones. Ya comprendían que aquello no era del todo normal y, poco a poco, el silencio se fue imponiendo y se afanaron en acabarse el café y salir de allí a cualquier lugar donde hubiera un poco más de aire. Se palpaban el móvil en los bolsillos interiores de las chaquetas. ¿Para qué? ¿A quién llamar si la cosa se ponía fea? Pero no, hombre, estamos en un estado de derecho, con garantías constitucionales. Esto no es Siracusa o Corleone, o cualquier aldea del interior de Córcega. ¿O sí?
Antes de que pudieran salir de allí, vieron cómo los policías uniformados se iban, no sin antes dedicarles miradas insistentes. No podían decir que lo hicieran con menosprecio, o con ira. Pero algo de eso debían contener. 
A pesar de todo, su marcha les tranquilizó y siguieron un rato en el interior del bar, aliviados. Al fin y al cabo, sí que estaban en un país civilizado y no conseguirían amedrentarlos. Porque, ¿era eso lo que querían? Salieron a la calle y entonces encontraron la respuesta. Allí fuera permanecían estacionadas dos furgones de los antidisturbios, con sus integrantes en el exterior. Los de la CUP hicieron como si nada y, pese a la sorpresa, siguieron caminando como si la cosa no fuera con ellos.  Pero los policías fueron a su encuentro y los rodearon, impidiéndoles el paso. Las manos, sudorosas, se aferraron a los inútiles móviles aún un último momento, mientras uno de ellos, que podía ser un mando, se dirigió hacia los diputados:
-La culpa de todo lo que pasa en este país, la tiene gente como vosotros. -Y luego, reiteró con el índice señalando al suelo-: La culpa es vuestra.
Os explico esto porque los últimos acontecimientos empujan a pensar en que los derechos democráticos están cercenados y parece, desde Barcelona, que en Madrid lo están más. No creo que allí estén mejor ni peor, sinceramente, simplemente creo que la apariencia de desigualdad se atiza en ambas direcciones con el objetivo (no parece muy calculado; tal vez sí, en realidad lleva funcionando siglos) de cabrear a los ciudadanos entre sí y no con quien de verdad se deberían cabrear, que es con los ineptos que no saben salir del embrollo en el que estamos metidos. Esto, que no asciende de simple anécdota porque no pasó a mayores, es indicativo de un país que funciona a golpe de influencia, que señala y condena, un país de comisiones tan extendidas que calificarlas de ilegales parece un anacronismo, un país tan convencido de que todos lo hacen (lo de robar, lo de amedrentar, lo de aprovecharse del cargo, lo de imponer el poder a territorios que no le conciernen), que parece que eso mismo funciona como excusa. Un país que vive en una Omertá que no se ha roto lo suficiente (Maragall, no sabemos si en un primer atisbo de insania destapó lo del «3 per cent» en el Parlament) y que torpedea la política como inútil y reverencia siempre la opción «menos mala», aunque eso sea infame. Un país que tolera que los (ex)políticos cobren réditos por sus servicios prestados a compañías privadas en forma de salarios por no hacer nada. Un país que tolera que sus representantes hagan servicio de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado en beneficio propio, que se multipliquen en según qué manifestaciones y hagan una aparición prácticamente testimonial en otras. Un país que cada vez es más de pandereta. Y esta ciudad, Barcelona, lo mismo. O peor.

De profesores y maestros

Profesor, no tertuliano. Profesor.
Ayer hizo una semana de la última huelga general de este país y me gustaría utilizar como reflexión el blog del profesor Luís Garcia Montero, del que fui alumno en Granada, una Universidad, esta sí con mayúsculas. Siempre se ha caracterizado, como poeta y como pensador, por su compromiso. Recuerdo, el primer día de clase de un curso monográfico sobre Lorca, la pregunta de un alumno sobre por qué Lorca, por qué un curso monográfico sobre un poeta con una obra un tanto exigua por años de producción, frente a otros que tuvieron más suerte y vidas más largas, pregunta tal vez sugerida por voces críticas que le achacaban el éxito a su homosexualidad y a su papel de mártir de la historia. Su respuesta fue una clase magistral sobre La Aurora de Nueva York que nos dejó a todos con la boca abierta. Bueno, a mí me dejó así. Una clase realmente emocionante de reivindicación de una trayectoria y de una poética (que en el caso de Lorca es lo mismo), pero también del propio trabajo del profesor, del investigador. No puedo dejar de recordarlo con cariño y después de mi paso por otra universidad como la de Barcelona, ese cariño no se vio empañado, sino que se multiplicó en la comparación. Por cierto, ya no puede ejercer como profesor en dicha Universidad, por llamar perturbado a un compañero profesor que lo estaba.
Bueno, pues la huelga ha pasado y en este país no ha habido ninguna consecuencia, más allá de comprobar que el periodismo, salvo contadas excepciones, responde a la voz de su amo; que aquel día quedó claro que la policía no puede hacer huelga (es más, diría que seguramente debieron pagarse muchas horas extras a pesar de la crisis); que hay muchos helicópteros que los días de cada día deben descansar en sus hangares y que las pelotas de goma todavía no las han prohibido, pese a las muertes. Como los deshaucios a destajo, vaya. Y diría también que los que le dieron de ostias a un chaval de trece (13, thirteen, tretze, treize, hamairu, tretze), no fueron los mercados.
Por cierto, igual pensáis que he puesto tretze dos veces; sí, es verdad, pero es que lo he puesto en català y en valencià, que son dos idiomas súper diferentes.